domingo, 19 de mayo de 2013

Libertad.

Hay veces, que sin quererlo, nos vemos actuando como niños. Pataleando porque no nos ha salido bien una cosa, haciendo cosas que hacíamos cuando teníamos 5 años, llorando de la rabia en vez de afrontar los problemas con madurez...

Cada vez que me hablan de la infancia no puedo evitar pensar en el superhombre de Nietzsche. Ese niño salvaje, que no está influenciado por ningún dogma ni ley moral, que actúa según sus propios instintos y peticiones, que no conoce nada más allá de su propio ser. Ese niño ignorante. Ignorante de todo lo ajeno a él. Ignorante de las consecuencias de sus actos. Que se mueve por lo que le apetece, rozando una especie de egoísmo inocente.
Ese niño que actúa con libertad. Libertad que se va viendo cohibida poco a poco por castigos que no comprendemos, y que posteriormente se nos van explicando con leyes. Leyes que asumimos, convirtiéndose nuestra vida ya no solo dependiente de nosotros, sino dependiente de todo un mundo.

Pues bien, esa huida de la madurez algunos pueden pensar que es debida al miedo. Miedo de crecer. Miedo de no acertar en tus decisiones y volver a ser niño solo porque así te sientes protegido.
Yo no creo que sea miedo lo que nos lleva a actuar de esa manera, sino la necesidad de libertad.
Libertad de hacer lo que quieras.
Sin pensar en lo que debes o no debes hacer. Sin pensar en las personas a las que puedes afectar.
Volvemos a esos momentos del pasado en el que no existía nada más que tú y el mundo por descubrir, sin ataduras, sin castigos, jugando con los muñecos como si esa fuera la mejor inversión de tu tiempo, riendo como si no hubiera preocupaciones.
Pero aunque queramos ser libres sabemos que no podemos. Que no está bien hacer ciertas cosas, y que no solo estás tú en el mundo. Ese egoísmo inocente del niño se convierte solo en egoísmo.
Y sabes que ya no eres salvaje, sino civilizado. Pero aunque lo sepas, una parte de ti tiende a esa salvajidad. A comportarte como un niño. Aunque sea durante un periodo corto de tiempo. Pero lo haces, y no a propósito.

Sentimos que necesitamos esos ratos de libertad para poder ser felices.

Y entonces llega la duda.

Si el ser humano nace libre por naturaleza y tiende subconscientemente a tener esos ratos de libertad, ¿quién es más humano? ¿El niño, o el civilizado?